Para bancas y operadores se trata de un fenómeno irreversible. A la inversa, muchos analistas y economistas sistémicos creen que ese universo –encarnado en el margen directo- es muy volátil, especialmente el segmento derivativo.
Ello se nota en las acciones. Una parte sustancial de l

Una de las estanterías alberga un grupo de servidores, el núcleo o margen directo, que abarca los cuatro mercados bursátiles de Estados Unidos. En muchas plazas globales, casi todas las transacciones en verdad se efectúan vía megaordenadores que “conversan” entre sí a velocidad astronómica.
Al primar las computadoras en un universo estilo Metrópolis, los negocios han ido mutando y abandonan los antiguos pisos fisicos. Por ende, las operaciones de una bolsa como la neoyorquina se pasan a docenas de mercados, muchos de ellos ubicados en los aledaños de Manhattan.
Las bondades del nuevo estilo tecnológico son obvias: se desploman los costos operativos y es fácil comprar o vender títulos apretando apenas una tecla. Esto, justamente, hace a los expertos más sensatos temer que el desborde esté descontrolándose y los intermediarios mejor equipados saquen partido a expensas del “vulgo”. Esto no es nuevo: en 1993, el analista financiero Joel Kurtzman (Death of Money) advertía que la mezcla de derivados y supercomputadoras era una bomba de tiempo.
En 2010, las cuatro firmas del núcleo directo canalizaron 10% de transacciones bursátiles, contra 6% en 2009, originadas en la bolsa de Nueva York (NYSE) y los paneles automáticos Nasdaq. Volviendo a Kurtzman, su “derrumbe al instante” en realidad ya ocurrió el 6 de mayo último. Partiendo de ahí, la Securities & Exchange Commission (SEC, comisión federal de valores) y las propias bolsas introdujeron interruptores de circuitos. Pero con peligrosa laxitud: las operaciones se interrumpen si un precio cae 10% en cinco minutos. Economistas y analistas ajenos al negocio ultraveloz insisten en que la tecnología no es garantía de nada; más bien al revés.
* Fuente: Mercado.com.ar